Cuando podemos comprender un poco de lo que está cargado nuestro cerebro y darnos cuenta de que algunos eventos tristes ocurridos sobre todo en nuestra niñez y adolescencia, conservan el poder para obligarnos a reaccionar de esta manera que no deseamos y que además te das cuenta que esto que haces “ni siquiera va contigo” es decir, reaccionas, contestas alterado o alterada al más mínimo motivo (aunque después ni a ti mismo te convence que fuese motivo suficiente), te enojas, quizá gritas, quizá lloras, comúnmente puede haber episodios de ira que amenazan con salirse de control, quizá hay un factor de amargura que no puedes controlar en ti, más un largo etc. Cada persona reacciona muy diferente ante eventos similares.